Los sentimientos que generan los más recientes acontecimientos sucedidos en Mocoa, la capital del departamento del Putumayo (Colombia), son de todo orden. Hay voces, no pocas, que se refieren a los hechos como una “tragedia anunciada”. En el otro extremo, también con argumentos válidos, señalan que este caso en particular fue de carácter “fortuito”, un hecho aislado de la naturaleza cuya magnitud era imposible de anticipar.
No se puede ignorar el dolor que se transforma en un desafío para personas, familias, gobierno y un pueblo entero que ha perdido a centenares de sus miembros, entre los cuales, aproximadamente, una tercera parte son niños y niñas.
En medio del panorama abrumador, sobresale el espíritu de quienes a pesar de haber perdido todos sus bienes o incluso, seres queridos, expresan su alegría y agradecimiento, pues les fue permitido conservar su vida. En ellos, se notan fuerza y anhelos renovados para salir adelante, en medio de la adversidad que los rodeó.
Por otra parte, es positivo ver la expresión material de solidaridad que se vuelca a favor de los sobrevivientes. Al margen de los millones de dólares que han aportado gobiernos extranjeros y grupos económicos, el sentimiento general de los colombianos que han canalizado sus donaciones mediante colegios, gobierno, organizaciones y fundaciones, es ejemplar. Diariamente llegan toneladas de ayudas a Mocoa, que son indispensables para sustentar, entre todos, estos momentos tan complejos.
Ahora bien, al levantar la mirada con la pretensión de prever lo que resultará necesario en el futuro cercano, se deben tener, cuando menos, dos perspectivas muy presentes. La primera de ellas, al mismo tiempo la más evidente, debe atender todo lo relacionado con la reconstrucción material que demanda la población afectada y su entorno en general.
La segunda perspectiva planea a largo plazo y sienta las bases para que el futuro sí sea mejor. Es aquella “otra reconstrucción”: La que piensa en las familias desmembradas por los acontecimientos; la que fomenta posibilidades que antes no eran contempladas; la que ayuda a recomponer planes de vida; la que fortalece los valores individuales y colectivos en la sociedad.
Como algunos líderes del Partido MIRA lo han señalado en días anteriores, se trata de la reconstrucción del Tejido Social, esencial para que la esperanza quede bien cimentada, desde su base, por oportunidades para un desarrollo protegido que pueda encontrar más pronto que tarde, sus mejores versiones y formas de expresión.