Entre los diversos temas que abarca la Reforma Política que hace poco radicó el Gobierno Nacional ante el Congreso de la República, fue incluida la propuesta del voto obligatorio.
En esencia, la iniciativa pretende que el tradicional derecho de asistir a las urnas para expresar el favoritismo respecto de una organización, persona o propuesta de elección popular, transforme su naturaleza para convertirse en una obligación durante los próximos ocho años.
Quienes defienden el voto obligatorio, dicen que combate el abstencionismo, característica habitual en nuestras elecciones, en las cuales la ausencia de votantes promedia regularmente el 50%. También defienden la reforma, considerando que desestimulará la “compra de votos”, pues todas las personas tendrían que salir a votar. Por su parte, también han salido a relucir voces en contra argumentando, básicamente, falta de madurez y cultura política. Sin embargo, es una propuesta y como tal, se debe debatir.
El voto obligatorio en el caso colombiano debe evaluar su impacto en el voto en blanco, igualmente válido como todos los demás. También, afectaría los umbrales, obligando a reunir aproximadamente un millón de votos como mínimo, elevando así la exigencia actual casi en un 200%, lo cual perjudica más que todo a las expresiones políticas independientes y minoritarias.
Tampoco pueden ignorarse los mecanismos de control que se implementarían, acerca de los cuales no se ha dado hasta el momento la claridad suficiente. ¿Cuáles serían los correctivos, las sanciones por no votar?, ¿cuáles las excusas válidas para no hacerlo? Son algunas cuestiones por resolver.
Sin embargo, el debate de fondo es cómo afrontar el descrédito que soportan la política y los partidos. En ese contexto la propuesta, como se encuentra planteada, no es la solución. Obligar a las personas a votar no conseguirá que el pueblo mire con buenos ojos aquello que hoy la mayoría rechaza con no poco fundamento.
La simpatía no se obtiene por la fuerza. Así como el respeto se brinda hacia otro motivado por causas nobles, la identificación o militancia hacia una ideología o un partido político debe obtenerse con coherencia entre el discurso y los hechos, y conservarse con nobles resultados a lo largo del tiempo.
Mientras que el voto debería seguir siendo un derecho, la política habría de asumir el desafío de ser fuente de orgullo y dignidad para la sociedad en la que ejerce.
Columna publicada en el diario impreso: